He dejado huella en mi alma y ahora mi alma corre tras mi
búsqueda.
Deambula por la calles donde las luces no alumbran.
La lumbre de mi coraza ha sido apagada por el agua de tu
oasis.
Ya no sonrío, no finjo. Ahora gesto serio, mirada ahogada.
Después de esto solo encontrarás un vacío cortante.
Por mis venas fluye sangre y por mi mente tu recuerdo
devastador.
Arropo mis ganas con la cálida brisa que dejaron tus
caricias.
Corría sin rumbo pero me he cansado y ahora camino anhelando
un tropiezo,
a ver si encuentro la pieza que le falta a mi rompecabezas.
Pero no lo encuentro, y aquí estoy,
respirando sin un motivo aparente.
Escribiendo desde el ático de mi locura el prólogo de la
incertidumbre que me ata.
Observo los escombros de mi mundo derrumbado y a estas alturas…
No me sorprende lo malo, la suerte me esquiva,
y el espejo me chiva
que si no espabilo
mi caos acabará por
reternerme para siempre.
Mi voz no está quebrada ya, tan solo está cansada,
y el silencio es la mejor opción ante la indiferencia.
Es algo triste, pero nunca miente, la vida es una bella
injusticia.
Atrapada en una burbuja donde solo existe el color gris,
acostumbrada a ver más de lo que quisiera tras el tapiz.
Ya no siento pena por aquel adiós, ni ansío olvidar aquella
historia perdida.
Perdida en lo más alto de tu locura,
reniego de la cura y la cordura ni se asoma por aquí…
El llanto insonoro desemboca en la boca del volcán del tacto de tu despedida.
Sé que no volverás porque nunca estuviste.
¿Viste? Me despisté y te hiciste con el embrujo de la belleza
del verso,
y la certeza que meza la cuna de mis sentidos se balancea
y a punto de derramarse la última gota de sensatez,
caigo en el hechizo de la luz de tu mirada que me embelesa
y me arrebata la razón.
Mi corazón aliviado,
y mi lógica que me odia ya ni se molesta en aconsejarme.
Y qué más da ya,
vivir esperándote es morir sin prisa.