Reflejada en tu pupila,
me encontré con la despedida que nunca quise pronunciar.
Las palabras que nunca fueron dichas,
son aquellas que más dolieron en mi interior.
Golpeándome bruscamente la obligación de decir adiós.
Nunca fue fácil aceptar que esa sería la última vez que me vería
en tu mirada,
pero mucho más difícil fue presenciar como la agachabas.
Fue la forma más cruel de hacerme entender
que ya nada iba a ser.
Simplemente ya no iba a ser.
He retratado las huellas de tus pasos al marcharte.
He escrito y tachado mil veces los versos que te he dedicado, por si al tacharlos, también se borraba el dolor que me causaba escribirlos...
Porque desde que no estás ya nada es.
Joder, ni yo soy.
Mi voz quebrada, mis manos temblando y mis lágrimas nublándome la vista.
Nublado mi mundo, rota por dentro y muriéndome un poco más en cada escrito.
Los recuerdos me pesan, tanto, que mi alma desea liberarse.
Quiere volar, irse contigo.
Quiero retroceder, cambiar el destino.
Un adiós prematuro, una despedida como puñalada.
El tiempo no cura, no mientan, el tiempo me duele cada vez más.
Cada día estoy más lejos del ayer, de ese ayer en que todo estaba bien.
Estoy matándome en cada escrito, reitero.
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