Echo en falta a mi ángel
que marchó a hacer del cielo un paraíso.
Envolviéndome en una tormenta de recuerdos
que un día fueron bellos momentos,
de esos momentos en que la vida
parecía el mayor
regalo de los dioses.
Esta noche reitero que el mayor regalo
fue ser conocedora de la melodía de tu risa.
Esta noche reitero que el mayor castigo
fue ser testigo de ver cómo
agachabas la mirada, con sutileza.
Maldita condena esta tristeza que engancha.
Me aferro al desastre como un perro a su amo.
Puede que entonces quizá, tan sólo quizá,
sí esté cruzando la línea de la locura que mata,
pero eso es culpa de la incertidumbre
a la que me conlleva aceptar que no volverás.
Dime si conoces de la existencia
de una verdad pura, si la única verdad
que conozco yo, es cuando me encuentro
después de haberme quebrantado el alma escribiendo.