sábado, 20 de febrero de 2016

En un rincón.

Tus manos enlazadas con el anhelo, las mías muertas por tantas caricias que no fueron dadas. Qué bien le quedan a tus ojos esas ojeras que dictan el cansancio de lo aprendido y reflexionado. Qué bien le queda a tu corazón mis latidos desgastados.
Con ese toque de humor que le damos a la repetición de frases que no llevan a ninguna conversación con sentido y acaban en un beso que termina al despertar.
Observo el humo de los escombros, que dejaron el derrumbe de nuestro templo, tras ese cataclismo provocado por las promesas que fallecían al agachar nuestras miradas ya cansadas.

El fuego que yacía de tu caminar ha perdido fuerza hasta terminar apagado, como colapsados mis pensamientos, que quedaron bloqueados en ese recuerdo de la puerta cerrada y tú sin aparecer.
Tinta derramada sobre el folio intentando darle sentido a estas palabras con emociones que sólo muestran el lado negativo, y es que qué bien le quedaba a tu desastre mi caos, qué bien le quedaba a mi silencio tu risa.

Tengo miedo y me escondo en la sombra de tu sonrisa ya desvanecida.
Me aterra pensar en la posibilidad de un futuro exento de tus abrazos o de tus palabras sabias, y el dolor coge más fuerza cuando el sol coge frío y se tapa. Si miro en mi interior veo que no queda nada más que el recuerdo de la comisura de tus labios, y en un rincón mi corazón ya roto.

Se evaporizan mis ganas como se desvelan mis sueños que no sueñan, desconcertados e incapaces de pegar ojo, eso es culpa del sabor a cafeína que dejaste con tu vuelo.
Colecciono tus palabras certeras disparadas directas a mi pecho dejándome extraviada la razón, y mi sangre perdiendo color mudándose a tu corazón.


Escribamos un final a este desastre, consigamos hacer volar los intentos fallidos y qué ardan. El sonido de tu voz será el patente que proclame mi gloria. Sólo tu voz.

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