Tus manos enlazadas con el anhelo, las mías muertas por
tantas caricias que no fueron dadas. Qué bien le quedan a tus ojos esas ojeras
que dictan el cansancio de lo aprendido y reflexionado. Qué bien le queda a tu
corazón mis latidos desgastados.
Con ese toque de humor que le damos a la repetición de
frases que no llevan a ninguna conversación con sentido y acaban en un beso que
termina al despertar.
Observo el humo de los escombros, que dejaron el derrumbe de
nuestro templo, tras ese cataclismo provocado por las promesas que fallecían al
agachar nuestras miradas ya cansadas.
El fuego que yacía de tu caminar ha perdido fuerza hasta
terminar apagado, como colapsados mis pensamientos, que quedaron bloqueados en
ese recuerdo de la puerta cerrada y tú sin aparecer.
Tinta derramada sobre el folio intentando darle sentido a
estas palabras con emociones que sólo muestran el lado negativo,
y es que qué bien le quedaba a tu desastre mi caos, qué bien le quedaba a mi
silencio tu risa.
Tengo miedo y me escondo en la sombra de tu sonrisa ya
desvanecida.
Me aterra pensar en la posibilidad de un futuro exento de
tus abrazos o de tus palabras sabias, y el dolor coge más fuerza cuando el sol
coge frío y se tapa. Si miro en mi interior veo que no queda nada más que el
recuerdo de la comisura de tus labios, y en un rincón mi corazón ya roto.
Se evaporizan mis ganas como se desvelan mis sueños que no
sueñan, desconcertados e incapaces de pegar ojo, eso es culpa del sabor a
cafeína que dejaste con tu vuelo.
Colecciono tus palabras certeras disparadas directas a mi
pecho dejándome extraviada la razón, y mi sangre perdiendo color mudándose a tu
corazón.
Escribamos un final a este desastre, consigamos hacer volar los
intentos fallidos y qué ardan. El sonido de tu voz será el patente que
proclame mi gloria. Sólo tu voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario