Hoy recordé ese día, y creo que me he quedado en ese momento
atrapada.
Huyo del dolor pero estoy perdida en este desastre de vivir
sin abrazarte.
Intento recuperarme, convencerme de que esto cesará,
pero el peso de la nostalgia me derrumba tanto como saber
que no volveré a verme en tu mirada.
Se congelan mis huesos, mi interior destruido, mis ganas
muertas.
Cómo duele esta noche escribiendo por el veneno de tu
ausencia.
Cómo duele saber que mañana seguirás sin estar.
Hoy recordé ese día, recuerdo el beso, tu mirada y mi ‘hasta
luego’.
Huyo del sonido de la llamada de esa noche que resuena en mi
sien al anochecer,
aquella llamada que sentenció mi condena y pago con sangre cada madrugada.
Esa llamada en la que decían que tus ojos se cerraron para
dormir eternamente.
Fue entonces cuando cerré los míos y no quise abrirlos
jamás,
por miedo que al hacerlo esa pesadilla siguiese en pie,
por miedo a tener que obligarme a reconocer que no volverás.
Cómo duele escribirte y no recitarte.
Hoy recordé ese día, y creo que me estoy perdiendo.
Guardo cada momento en mi memoria y cierro con llave.
No estás en cuerpo, pero te siento en mi piel,
no estás en cuerpo, pero te escribo cada noche,
no estás en cuerpo, pero tus palabras son eternas,
no estás en cuerpo, pero tu risa sigue siendo la melodía más bonita,
no estás, pero es que yo tampoco estoy,
parte de mí se fue contigo.
Mi corazón se rompió al escuchar el último latido del tuyo,
sé con certeza que se rompió, pude escucharlo.
Vivo en un eterno gris desde que el verde de tus ojos marchitó.
Me he quedado quebrada y temo no ser capaz de hallar
seguridad en mí,
quedarme afligida en una de estas noches en las que
retrocedo.
Estoy recordando ese día, esa noche, esa llamada,
y creo que me estoy muriendo de nuevo.
Dejándome caer al precipicio,
mi mente se declara derrotada.
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